Dra. en Psicoterapia

Presidenta y Fundadora de Ágape - Programas de Formación para el Desarrollo del Potencial Humano

Dra. h.c. Ciencias Holisticas. Master h.c. Drug & Alcohol Couseling. Dir. Ágape. Caracas. Terapeuta e formadora de Constelaciones Familiares, de Gestalt. Musicoterapéuta. Especialista en Pareja y Familia. Thetahealer. Certificación Internacional en Consejería Terapéutica en Drogodependencia.

MI PAREJA: ¿ME POTENCIA O ME DISMINUYE?

¿Cómo nos metemos en relaciones de pareja donde nos sentimos disminuidos o potenciados? Aclaremos dos aspectos básicos. El primero: somos nosotros quienes, voluntariamente, le otorgamos a nuestra pareja el poder de elevarnos o menguarnos. Ponemos en manos de alguien la facultad de hacernos sentir inmensos, capaces y gigantes, o por el contrario, de hacernos sentir pequeños, inútiles e incompetentes.

El segundo aspecto es: ¿Cómo dejamos algo tan nuestro en manos de otro?

Lo hacemos a pesar de las señales de alarma que escuchamos: a veces desde los primeros encuentros, y decidimos ignorar los carteles indicadores: !Quédate! o !Huye!

Y es que creemos, falsamente, que si somos lo suficientemente "bondadosos", "justificadores" o "comprensivos" podremos quedarnos esperando que ocurra un "milagro"... porque ¡nos van a amar tanto! que el otro va a "cambiar" para nosotros, que se va a ajustar a nuestra necesidad.

Un antiguo posadero llamado Procusto, cuya casa quedaba en las colinas, solía invitar a los viajeros solitarios a alojarse en su morada.

Entonces les ofrecía un lecho de hierro, una vez allí, el huésped era amarrado a las cuatro esquinas de la cama. Si el lecho era pequeño, Procusto cortaba miembros del huésped. Si por el contrario, era grande, los miembros eran estirados hasta ajustarse.

Y es que el amor es como un huésped.

A veces llega cuando las habitaciones están ocupadas, a veces puede asustar al anfitrión.

Si llevas tu amor de visita a otros seres, estos lo recibirán de acuerdo a sus condiciones: le darán alojamiento donde ellos puedan recibirlo y donde ellos consideren que deba ir.

De igual manera, si somos nosotros los que recibimos el amor de otro, especialmente si su llegada es impredecible, lo vamos a colocar donde podemos y con lo que tenemos. Seremos el anfitrión que podamos ser. El que ama, lo hace como sabe hacerlo, y el que no ama también.

¿Necesito una pareja para vivir? ¿O necesito una pareja para compartir?

Si mi amor es tratado como Procusto trataba a sus huéspedes, si me disminuyes el tamaño para ajustarme a tu necesidad, y sobre todo, si yo lo permito, entonces:

¿Puedo decir que estoy en una pareja o apenas que tengo una pareja? ¿Si aún, suponiendo que me ama, o que yo lo amo, me empequeñece, si me hace sentir menos es porque es superior a mí?

¿Es mi complemento, o se percibe mejor que yo?

Si mi diferencia no se hace valer como lo que complementa, enriquece, estimula, si no que, por el contrario, es menospreciada, degradada, y si yo misma permito que me anule y lo aguanto, debería preguntarme si eso es amor, porque puede ser cualquier cosa... pero amor, no es.

Más bien se parece al lecho del posadero Procusto, en cuya torturante morada nos arrojamos para dejar de ser quien somos.

Irene Specht