Dra. en Psicoterapia

Presidenta y Fundadora de Ágape - Programas de Formación para el Desarrollo del Potencial Humano

Dra. h.c. Ciencias Holisticas. Master h.c. Drug & Alcohol Couseling. Dir. Ágape. Caracas. Terapeuta e formadora de Constelaciones Familiares, de Gestalt. Musicoterapéuta. Especialista en Pareja y Familia. Thetahealer. Certificación Internacional en Consejería Terapéutica en Drogodependencia.

ODIO A MI EX Y AHORA MI HIJO ES MI PAREJA

Una de las más crueles prisiones es la de un corazón cerrado por la llave del odio. Alguien me dijo una vez que el odio es "la forma más perfecta de amor". Yo agregaría que además de perfecta, cercana y prolongada, al punto que nuestros hijos(as) pueden percibir esta falta y por amor al padre o la madre dar un paso atrás y decir "yo lo hago por ti". Se convierten sin ningún problema en el esposo o la esposa que falta, sin importar que en ello se les vaya la vida en una peligrosa relación de "incesto emocional".

El odio hacia un ex viene cargado de muchas situaciones donde deseos y necesidades se quedaron sin resolver, contacto roto que el odio intenta restablecer, aunque de manera inadecuada, ya que el odio es un movimiento que procura mantener el vínculo afectivo, aunque sea de forma negativa.

A esto le podríamos agregar que el amor es un eterno insatisfecho, porque de necesitar se nutre, y esta relación de odio con el o la ex significa en el fondo un "me debes algo, pero estás en mí, y en nuestro hijo(a), pero no conmigo...".

Y es que no hay un lugar más solo que una existencia vacía, donde muere la esperanza que a veces es lo único que queda.

Se espera entonces que el hijo o la hija supla a la pareja en la lealtad, y esto los lleva a ellos a convertirse en la esperanza del padre o de la madre, que cuando están presentes, todo lo pueden, pero cuando la vida se torna para ellos poco apetecible y sin esperanzas, se vive como una pérdida total. Se quedan sin padre y sin madre. Pero el hijo o la hija no quieren sufrir por esa debacle ni ver a su madre o padre en esa situación. De modo que a partir de ese momento, se convierten en la mejor esposa o el mejor esposo para esa madre o padre. Pierden su espacio como hijos y así su propio chance de una pareja estable y de una familia en orden.

Son los hijos que se relacionan desde el odio con todas las mujeres u hombres. Porque el hijo o la hija aprenden rápido que el amor y el odio son la misma cosa, porque así lo experimentaron en casa, ya que están ocupando siempre un lugar que no les corresponde y ocupándose de asuntos que no le competen sino a sus padres.

Vivirán esos hijos con la esperanza de ser libres para amar, tanto a su pareja como también al padre o la madre ausente, que como excluidos, tienen secretamente todo el poder.

El hijo no ve si eso es justo o no: no es su asunto, él tiene un padre y una madre que se eligieron mutuamente para que él o ella existieran.

Allí vemos como el verdadero amor es necesariamente vulnerable. De pronto se interrumpe la fluidez afectiva y la vida conocida deja de ser lo que era para convertirse en esa mezcla extraña que tiene la realidad del hijo con el lugar que no le corresponde, mientras que la lealtad con su sistema familiar lo lleva a honrar de ese modo el gran amor hacia esos padres: es un amor que enferma. Una lucha entre la nada y la inmortalidad, donde pareciera que nunca se contradicen o se anulan las necesidades y entramos en un total desorden sistémico que intenta de algún modo, aunque sin lograrlo, mantener el "equilibrio".

Cuando los padres se encuentran en una situación como ésta, dicen: "Mis hijos tienen problemas". Es cuando los mandan al psicólogo. Y muy bien. Pero la solución pasa primero por los padres. Para restablecer el orden dentro de la familia, cada quien debe ocupar su lugar. Le hablamos a nuestros hijos como si fueran nuestra pareja, y eso los confunde. Nosotros somos los grandes y nos podemos encargar de nuestros propios asuntos, aunque cometamos errores. Si tomamos responsabilidad sobre nuestras vidas, los liberamos a ellos del sacrificio de tener que ocuparse de nosotros. Así ellos pueden continuar con su propia vida. Esta es una fórmula difícil a veces, pero muy congruente con el amor que sentimos por ellos. Abrir el camino para la salud y la vida plena de nuestros hijos, en todos los sentidos, es nuestra primera responsabilidad como padres.

Irene Specht