Dra. en Psicoterapia

Presidenta y Fundadora de Ágape - Programas de Formación para el Desarrollo del Potencial Humano

Dra. h.c. Ciencias Holisticas. Master h.c. Drug & Alcohol Couseling. Dir. Ágape. Caracas. Terapeuta e formadora de Constelaciones Familiares, de Gestalt. Musicoterapéuta. Especialista en Pareja y Familia. Thetahealer. Certificación Internacional en Consejería Terapéutica en Drogodependencia.

DESDE QUE TERMINÉ CON MI EX, SOLO PIENSO EN VENGARME

Cuando nos enamoramos, algo se mueve dentro de nosotros, vibra en nuestro ser. Ese algo, se ha puesto en movimiento en el alma. Como una vibración, nace, se crea y la recreamos dentro del movimiento. Bailamos, haciendo un lugar en el alma, para albergar a alguien que no estaba allí, y nos movemos en esa dirección, lo que no sabemos es hacia dónde puede ir esa vibración. A veces los caminos son complementarios. Otras están en contradicción o son tan opuestos, que se tienen que separar.

Cuando uno de los dos, en la pareja, ha tenido que seguir el destino del otro y eso le impidió crecer y realizarse, lo que resulta es un nudo, una atadura, una deuda acumulada a cuenta del “sacrificio”.

Entonces, cuando el otro se separa… ¡Ay, Dios! !Sálvese quién pueda! Porque no hay compensación posible. Y por lo general el que dejó su propio camino no asume la responsabilidad de haber elegido seguir una ruta que no era la suya. Y al final, pasa la factura desde el mito de la justicia.

Entonces se desprende el odio, una verdad difícil de asumir. El odio es el residuo severo que se forma por la acumulación de sensaciones, sentimientos, actos, palabras y gestos no expresados y que la persona siente que generan un peligro personal.

El odio nace de no poder contactar, de no poder satisfacer necesidades y es una fuerza que tiende de manera violenta a establecer ese contacto.

Se busca la justicia como si se tratara de un delincuente. Sólo que ella no existe, porque la persona que la busca no satisface su sed de venganza, y aunque tuviera en sus manos todo, ese todo no es suficiente. Por tanto, no la encuentra.

Se busca la muerte del sentimiento, de lo que quedó suspendido como una nube de reflexiones. Así: gris, a veces hasta aparecen ideas oscuras. Le desean el infierno al otro, que se pudra en la quinta paila del infierno, !que no funcione! Pero como esta justicia nunca se da por satisfecha, convierte a quien la busca en la trasgresora.

Tengo una amiga que, estando muy herida, pagaba todo con la tarjeta del esposo luego de descubrir su infidelidad. Con orgullo decía: “¡Que pague el infiel! La sensación era agridulce.

Otra amiga me confesó su situación más o menos con estas palabras: "¡Claro que quiero vengarme! Mi esposo, después de 20 años, me dejó para irse con su primera esposa. Pasé por todas las etapas del duelo: de la negación a la rabia incontenible, del latigazo que me daba a mí misma, al análisis recurrente. Del dolor a los celos y finalmente al asco. Todas las emociones se hicieron presentes".

Me contó haber visto cómo "otra amiga suya" rompía con una tijera hasta los zapatos de su marido y los ponía cuidadosamente en una maleta.

Hay de las que en su deseo de venganza se consiguen un abogado "tiburón" y dejan a los maridos sin bienes materiales. Pero también las hay "víctimas impotentes". Y no pueden faltar las que se ponen más lindas y aprovechan la ausencia del "titular" con muchos otros "suplentes".

Sigo escuchando cuentos: "Yo al mío lo llevaba a hoteles, siempre se volvió loco a mi lado, así que, y a pesar de la rabia, le hice pasar las mejores jornadas de su vida y documenté cada palabra, gesto, minuto y resultado en una libreta de apuntes para no olvidar los detalles".

En fin. Se cobra lo dado como un tributo por el sacrificio. Es curioso cómo los héroes, las guerras, las defensas son parte de la venganza oculta detrás del mito de la “justicia”. Así se libra justamente de su responsabilidad la supuesta víctima.

En honor a la verdad, cuando una persona está herida, por instinto de conservación, desea devolver la ofensa, herir al otro. No es maldad, es la necesidad mal entendida de sentirse seguro frente a los suyos, su grupo. Esto es muy primitivo, viene de muy lejos en nuestra historia, no se debe subestimar y por lo general no ayuda a ninguna de las dos partes en conflicto. Terminan destruyéndose el uno al otro.

La violencia de la venganza, la puesta en escena de una víctima y de un victimario, de una pobre y sufrida abandonada cuya figura es enaltecida en nuestra cultura donde si se es "sufrida" se es "buena", ha sido parte de valores y hábitos transmitidos en el tiempo.

¡Menos drama!, dice un amigo que lleva adelante una cruzada en contra de los novelones, convencido (sin duda por experiencia propia ) del daño que las tramas han hecho en las relaciones de pareja.

Siéntate un rato y escucha a los personajes: se caen a “criticazos”, indirectas, indiferencias, ironías. Son groseros, se insultan, se burlan uno del otro, se humillan. Ejercen la venganza en plena libertad, entre amenazas, denuncias, acusaciones, chismes, hasta a Dios lo meten en ese rollo y le advierten al otro cómo se irá al infierno entre maldiciones y deseos febriles de que se queme allí.

Todo es con el fin de buscar una compensación, con razón o sin ella.

Es necesario que la persona que no puede superar sus deseos de venganza, intente, aunque sea en parte, contactar con lo que ha estado represado en esa relación, de manera que pueda entablar el contacto propio e invertir la energía en sí mismo, en vez de perderse en la venganza, que de paso nunca trae buenos dividendos. Al contrario, complica todo y enturbia el espíritu de las personas.

Es cierto que nada justifica estas actitudes. Al terminar una relación, es conveniente asegurarnos sobre las condiciones en las cuales dejamos a la persona que compartió un tiempo de su vida con nosotros. Es una manera de ser responsables con nosotros mismos. La atención que prestemos a este proceso, ayuda en nuestras nuevas relaciones, nuestra cotidianidad y hasta en nuestra autoestima.

Irene Specht