Dra. en Psicoterapia

Presidenta y Fundadora de Ágape - Programas de Formación para el Desarrollo del Potencial Humano

Dra. h.c. Ciencias Holisticas. Master h.c. Drug & Alcohol Couseling. Dir. Ágape. Caracas. Terapeuta e formadora de Constelaciones Familiares, de Gestalt. Musicoterapéuta. Especialista en Pareja y Familia. Thetahealer. Certificación Internacional en Consejería Terapéutica en Drogodependencia.

MI HIJO MURIÓ DE SOBREDOSIS Y LA ADICTA SOY YO

Pareciera que las justificaciones nos hacen adictos al maltrato. Se habla de amor, se siente el amor, se vive el amor… Y ¿qué es el amor? Hay tantas formas de amar como personas existimos en el planeta. Pero no todo lo que sentimos, aunque pareciera, es amor.

El amor es inasible, no se puede obligar, es un loco suelto, lo podemos ver en los niños que lo entregan a granel con confianza… observe usted cuando un padre o una madre, al jugar con su hijo, lo lanza al aire y el niño sonríe… nunca espera que lo dejen caer.

No olvido al sacerdote colombiano Gabriel Mejia: “El adicto es un enfermo de amor”. Pero más allá de esto, por lo general, en la familia del adicto se desarrolla una dinámica entre la madre, el padre, los hermanos, las esposas, los hijos, las novias y todo el resto del clan, quienes con frecuencia son parte de la enfermedad.

Ellos también están enfermos, y a esta enfermedad se le llama co-adicción o co-dependencia.

Esto no es amor. Solo es dependencia. Es adicción, es decir, una enfermedad. Y esto no significa que el amor no esté presente, sino que es un amor enfermo, donde no hay conciencia de algo fundamental: que del amor nunca seremos dueños.

El adicto de algún modo intenta poner orden en su vida y tal vez en la de sus mismos familiares a través del consumo.

Cuando hablo de consumo quiero decir desde las drogas ilegales hasta las legales: la comida, el alcohol, la sexualidad, las relaciones de pareja, entre otras dependencias, como también la ludopatía.

Quien consume lleva sobre sí la enfermedad familiar con una personalidad fragmentada.

Desde el punto de vista sistémico, Bert Hellinger expresa que “la dinámica principal en la adicción es la de un hijo que no puede o no debe tomar a su padre”. La madre le comunica: “Únicamente aquello que viene de mí es bueno, lo que viene de tu padre y de su familia no vale nada, no debes tomarlo. ¡Toma solo de mí!”.

En consecuencia, el hijo dice: “Si únicamente puedo tomar de ti, me vengo tomando tanto que me perjudique”.

Es decir, la adicción es una especie de venganza y, a su vez, la expiación por no poder tomar nada del padre.

También son importantes los hechos violentos que han padecido los progenitores, que a veces pasan a los descendientes trasmutados en nuevas formas, con ligeras variaciones.

La ansiedad, la sensación de peligro inminente, suele ser uno de los resultados de esta herencia, la cual es observable hasta tres generaciones después, con las subsecuentes repeticiones en distintas formas.

En este caso “la sustancia” sirve de calma.

Por lo general si ha habido un adicto en la familia y éste ha sido excluido alguien más lo va a “mirar”. Alguien más lo va a representar en el grupo familiar como una forma de darle su lugar para que quienes lo excluyeron lo vuelvan a ver y le devuelvan su pertenencia.

Es muy relevante el hecho de que en casi todos los casos de adicciones al alcohol, se ha venido repitiendo en todas las generaciones desde el tatarabuelo, cuando una persona es dejada a un lado por ser adicto, es cuando más se repite el hecho a través de los descendientes, para que sea reconocido.

La adición surge por el anhelo de encontrar algo perdido, es el sustituto que llena el vacío. A veces papá y mamá son “drogas” y “alcohol”. Son el reemplazo inconsciente de ellos. Basta con observar la historia y la dinámica familiar para entender que esto es así.

Y… ¿qué es entonces una sobredosis?

La sobredosis es una reacción natural del cuerpo frente a un exceso. Cuando el organismo no tiene la capacidad de asimilar ni tolerar las sustancias la consecuencia puede ser la muerte. Esto puede pasarle a una persona que consume por primera vez así como a personas que tienen mucho tiempo en el consumo.

El amor a veces sana, a veces enferma.

La persona dependiente o codependiente, en el caso del uso de sustancias, necesita hacer una importante revisión de sí misma, ya que confunde el amor con complacencia.

La madre, el padre, o la familia son personas con miedo a perder algo, generalmente el amor, el reconocimiento, el cariño, el afecto del otro. A veces no es consciente de sus necesidades, a veces no tiene noción ni siquiera de que las tiene, por tanto, no las satisface, y cuando esto ocurre, se ocupa de las necesidades del otro, es decir, vive a través del otro, controlándolo, dándole todo lo que quiere, lo sobreprotegen y lo dejan hacer absolutamente todo para que no se esfuerce, para que no luche, “para que no sufra”, y hasta “para que no forme un berrinche”.

Entonces el amor deja de ser responsable. Donde no hay límites ni normas la convivencia es caótica.

Donde no están claras las fronteras de lo permisible en la conducta, se pierde el orden, se trastoca el amor y se diluye el lugar de cada quien creando una confusión fatal en el sistema.

Dependencia no es amor.

Todos queremos amor. Lo que pasa es que el amor tiene unas características muy claras y muy propias.

El amor es algo mucho más grande de lo que a veces somos capaces de percibir. El amor nos libera de la soledad, de la separación, del dolor y no es controlable, es una cualidad de quien lo siente.

En el amor la exclusión no tiene cabida, ya que en él cada quien es como es y aún así tiene derecho a pertenecer.

El hijo o la hija elige su camino, con las herramientas que adquirió de la familia, de la escuela, de los amigos, de la tecnología, en fin, de cualquier contexto, sea el que sea. Tal vez viene de un hogar donde el amor significó maltrato, miedo, alcoholismo, drogadicción, gula, o por el contrario, obsesión por la estética, delgadez, belleza, o cualquier otra dinámica patológica.

La noción de pareja con frecuencia viene distorsionada desde los padres y abuelos. Entonces la persona busca afuera lo que no ha encontrado en quienes se supone estaban allí para amarlo y cuidarlo. Y entonces a falta de amor… “buenas” son las drogas, pues son la sustitución “ideal” de esa realidad confortable que es el seno de una familia estable, protectora y amorosa.

Entonces en ese contexto es “normal” que los padres consuman con los hijos. Es a veces el padre el que muere de una sobredosis. Como pacientes, son de los que dicen: “Prefiero que consuma en casa” para que “estén seguros” y en fin… O consumen o viven la vida del otro, porque la satisfacción de las necesidades no está clara. No hay conciencia de ella, no se le conoce y en consecuencia, los adictos están lejos siempre de alcanzarla.

Cuando hay una pérdida familiar por una sobredosis se entra en un proceso de ajuste emocional. Y aquí quiero ser clara y delicada al mismo tiempo: donde hay un consumidor en la familia, estamos frente a un síntoma de “enfermedad familiar”.

Cuando esa persona deja el consumo y entra en una etapa de abstinencia y reeducación, el adicto y la familia necesitan de un proceso de readaptación para poder construir una nueva experiencia familiar, pues a falta del síntoma, es decir, de la persona “problemática” o consumidora, se establece una dinámica nueva y diferente dentro.

Muchas veces, cuando la familia no busca ayuda idónea, intenta volver a las dinámicas ya conocidas, y sus relaciones se convierten en relaciones de riesgo de nuevo para el individuo que sale del consumo, pues se mantienen nuevas conductas adictivas inconscientes.

En el caso de una sobredosis mortal, no es solo el consumidor quien muere. A veces también el otro lo sigue en su destino trágico. Y si no es así, de alguna u otra manera el co-adicto se encuentra repentinamente en una situación similar: su sensación es la de haberse quedado sin vida propia, ya que vivía a través del otro, de su problema, de su adicción, de sus crisis, y entre muchas alternativas, ahora buscará inconscientemente repetir en otros familiares las mismas dinámicas perdidas.

Es un proceso complejo que requiere de una ayuda adecuada para que se pueda retornar a la fuerza originaria que viene de la familia.

Siempre hay vías para superarlo. Las etapas son diferentes para cada quien. Su sanación definitiva puede no tener un tiempo determinado, ya que las crisis pueden reaparecer o establecerse por un largo periodo de tiempo mientras se lucha con los sentimientos, las sensaciones y pensamientos que acompañan ese proceso.

Es importante tener en cuenta que el co-adicto no quiere romper la relación con el adicto. Ni mental, ni emocional ni físicamente. Por tanto puede aferrarse a la idea de que aún está vivo, entonces puede no afrontar una recuperación. Y eso va desde el obsesionarse hasta atentar contra su propia vida y su salud hasta seguirlo hasta la muerte. Así de trágicas son las consecuencias de ese amor ciego.

Nunca podemos ayudar a los demás sin antes ayudarnos a nosotros mismos. Nadie es imprescindible, nadie es sustituible tampoco. Y nunca podemos vivir la vida del otro. Por mucho que lo intentemos, no podemos sentir el dolor ajeno. Solamente el propio. Lo único que podemos hacer es acompañarlos y darles amor. Eso sí, amor verdadero y responsable.

Irene Specht