Dra. en Psicoterapia

Presidenta y Fundadora de Ágape - Programas de Formación para el Desarrollo del Potencial Humano

Dra. h.c. Ciencias Holisticas. Master h.c. Drug & Alcohol Couseling. Dir. Ágape. Caracas. Terapeuta e formadora de Constelaciones Familiares, de Gestalt. Musicoterapéuta. Especialista en Pareja y Familia. Thetahealer. Certificación Internacional en Consejería Terapéutica en Drogodependencia.

CINCO CLAVES PARA SUPERAR UN DUELO

El duelo es un necesario proceso de adaptación cuando ocurre la pérdida de algún ser querido o cuando dejamos una relación significativa. También lo vivimos cuando sufrimos una enfermedad crónica o terminal, cambiamos un estilo de vida, nos mudamos de casa o de empleo.

1. El primer paso para superar una situación de pérdida es aceptarla. Pero muchas veces evitamos sentir lo que estamos sintiendo ante la pérdida. Entonces, por ejemplo, si un ser querido se ha ido, pretendemos que nada ha pasado y fantaseamos que sí está. En la enfermedad pensamos que no estamos enfermos, que es mentira. En el empleo perdido, imaginamos que nos van a llamar para pedirnos disculpas y devolvernos nuestro lugar.

Esta negación puede ser la consecuencia de no haber resuelto situaciones previas en la relación, o puede responder a la evitación activa causada por la amenaza que pueden representar los sentimientos de rabia, dolor y miedo por la ausencia.

Entonces nos aferramos, nos atascamos.

Cuando asumimos la realidad de la pérdida, damos los primeros pasos para soltarnos de la persona, situación u objeto del duelo.

2. Experimentar la realidad de la pérdida nos permite saber lo que queremos hacer con lo que sentimos. Cuando nos aferramos a lo perdido para evitar la experiencia, y no concluimos la relación, quedamos atascados, sin cerrar la situación.

Podemos llegar a presentar síntomas físicos y emocionales. Tal vez una depresión crónica que nos lleve hasta identificarnos con la persona fallecida, al punto de parecer emocionalmente muertos.

También el resentimiento puede ser usado como una excusa para quedar ligados a la relación. Otro recurso para no vivir la experiencia de la pérdida es una actitud de auto-compasión y queja de la persona hacia sí misma, ante quien se ha ido. Podemos tener la actitud de culpar a otros. Una relación gana autenticidad en la medida en que las personas poseen la capacidad de concluir y soltar situaciones.

3. Por devastadoras que parezcan estas circunstancias, es conveniente permitirnos sentir el dolor, la frustración, el quiebre, la ruptura y todo aquello que acompaña la vivencia del duelo.

Para poder "salir" hay que "entrar". Es decir, dejarnos sentir las emociones: miedo, enojo, rabia, impotencia, frustración... Todo esto requiere de una salida adecuada capaz de proveernos de la habilidad de despedirnos sin diluirnos en esa realidad. Nuestro ser querido fallece, nos abandona, seguimos vivos y en la vida. La rabia, la culpa o el dolor existen, pero no comprometen nuestra permanencia, nuestro estar vivos.

4. ¿Emocionan? Sí. ¿Duele? Sí... La soledad, los lugares comunes, los planes inconclusos, los proyectos frustrados, las rutinas confortables, las canciones, las conversaciones, las comidas y hasta las diferencias y peleas nos remiten a la contundente realidad: esa persona ya no está, lo comprobamos.

Entonces, ante lo inevitable, vivir implica ser... A pesar de su ausencia. Es adaptarse a la ausencia del ser que ya no está. Comenzar a tomar decisiones en soledad. Reinvertir la energía emocional en nuevos proyectos, relaciones o situaciones.

5. No es vencer, porque nos mantenemos aferrados... porque damos vueltas y vueltas ante un "¿No te dije antes cuánto te quería?", "No te valoré lo suficiente" , "Me equivoqué", "Perdón", "No llegué a tiempo", "No te ayudé cuando me necesitabas".

Nos sentimos culpables y así proyectamos sobre la persona ausente nuestro propio resentimiento. Y resentimiento es el mordisco que se aferra y no suelta. Nos atrapa la culpa, debemos algo o nos encerramos en ese resentimiento: "Nos deben algo"... y el equilibrio solo es posible mediante la gratitud, porque si ninguno de los dos debe nada al otro, se cierra la situación.

Soltar no es fácil. Duele. Pero el dolor puede brindarnos la oportunidad de crecer y madurar.

La invitación es a soltar y tocar la nada, lo inusual, lo diferente, lo cambiante, lo desconocido y cuando ya no quede nada, también soltar la nada y volver a empezar.

Es la mejor manera de honrar la vida: dar y recibir. Y poder decir como el poeta anónimo: "Brindo por las batallas que juntos perdimos".

Irene Specht