REABRIENDO HERIDAS O CERRANDO CICLOS
Cuando elegimos la pareja, no somos tan libres como imaginamos, ya que
nuestra escogencia por lo general viene matizada por una gran cantidad de situaciones y
necesidades no resueltas durante nuestra historia de vida.
Al sufrir el desamor, el miedo, el abandono, entre muchas otras formas, la mayor necesidad es
curar las heridas de esas experiencias de vida. Así, con esta aspiración, vamos a elegir el
perfil de una pareja que cumpla para tales fines, con la ilusión de poder cerrar y satisfacer
lo que no se logró en su momento, y actualizamos estas vivencias pasadas en nuestra realidad
presente.
En el camino del encuentro con el amor, muchos creen que es seguridad, que es dejar de ser yo
para convertirme en otro; o que otro se convierta en un alguien que represente lo que es el
amor de quien “ama”. También amar para algunos es sometimiento y obediencia. O vivir la vida
de otro (Dependencia).
Existen tantas formas como personas. Amar entonces puede tornarse muy confuso. Si una persona
vivió en un hogar inseguro, el amor significa su necesidad de seguridad e irá a buscar
seguridad con nombre de amor, como un niño asustado. Entonces va a pedir pruebas de ese amor,
va a exigir en su elección que se le cumplan sus expectativas porque se convierte en un tema
de seguridad y justicia, dándole un matiz de combinaciones fulminante entre lealtades,
inseguridades, amar con miedo, culpa, resentimientos... sin poder tampoco ofrecer esa
seguridad, ya que lo que hace es cargar a su pareja con demandas que hacen demasiado pesada
la carga para ambas partes.
Cuando no cerramos estos ciclos de nuestra vida, vamos a encontrar parejas equivalentes a las
personas que nos cuidaron. Y desarrollaremos las mismas estrategias de la infancia en las
dinámicas de pareja, caminando de ese modo hacia una frustración similar a la de nuestra propia
historia, ya que repetiremos esas viejas escenas reabriendo heridas que manteníamos calladas
¡esperando sanarlas en la “relación de pareja”!
Muchas personas no dejarán de pensar, sentir, actuar y ser como lo aprendieron porque se
habituaron a vivir de ese modo. Para hacerlo de una forma diferente es necesario tener la
disposición de limpiar las vivencias dolorosas, amenazantes y molestas del pasado para poder
tener una relación sana en el presente.
Deseamos sentirnos completos, seguros, pero esta seguridad nos pertenece por completo. La pareja
es un complemento, no un sustituto.
El amor incondicional se logra sólo cuando nuestras necesidades estás satisfechas. De no ser así,
es codependencia, no amor. Las heridas que son el resultado de nuestras historias de vida nos
obstaculizan la libertad en el camino. Provocan tensiones innecesarias y nos impiden el libre
desarrollo y la satisfacción de nuestras necesidades actuales, donde la pareja no tiene ninguna
responsabilidad.
El camino de la libertad a veces es muy empedrado y nos toca atravesarlo con nuestra propia
compañía. Aunque alguien más nos acompañe, siempre será su experiencia, no la mía.
Para cerrar, comparto con ustedes un pensamiento de Joan Garriga:
“Pienso que con el tiempo hay todavía un amor más profundo que vendría a decir “Te veo y, por
tanto, veo de dónde vienes, veo tu camino único y singular… Incluso veo que tal vez no te
quedarás conmigo para siempre” (...) “Se reduce más el Ego, porque este amor conlleva no sólo
amar al otro, sino amar el camino propio que lo impulsa, amor a sus impulsos, amor a sus orígenes,
amor a su destino. Pero éste sería un amor muy desarrollado… Tenemos que reconocer que, a veces,
aunque perviva el amor en una relación, lo mejor es dejarla”.
El darnos cuenta de cuánto nos iguala nacer, morir y amar, es la experiencia de cómo cada uno de
ellos (cuando emerge) nos desarma. El nacer y el morir se materializan en un instante y su
expresión es muy clara: la diferencia se vive en el amor, que necesita confirmarse a través de
una comunicación visible, palpable y deliberada de la elección. Cuando se nos pone frente el amor
y lo ignoramos, rechazando darle forma, éste desaparece y sólo se manifiesta una sensación
enrarecida de su ausencia.
Irene Specht