SIENTO CULPA POR TODO: ¿QUÉ PUEDO HACER?
¿De dónde viene la culpa y para qué sirve? Para un niño lo más importante es
tener un lugar: saber que pertenece a una familia. Su mayor tragedia es que exista la
posibilidad de que esto no sea así: que se le excluya. Y para evitar este dolor, el niño no
le queda más que asumir las normas, reglas, principios, valores, preceptos, procedimientos,
conductas y hasta los juegos y expresiones idiomáticas de su sistema familiar, y el de otros
sistemas a los que pertenece y donde también le toca convivir.
Forjamos muros para "protegernos", para cuidarnos del exterior, pero, en realidad los creamos
para no salir. Nos protegemos hasta de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Nos
cuidamos de ser congruentes. Nos guardamos en una prisión y somos los dueños de la llave.
Crecemos, creemos, vivimos "en función de". Hablamos un idioma común dependiendo de la cultura
donde estemos ubicados. Es allí donde aprendemos lo que llamamos "verdades", que dicho sea de
paso, han viajado de generación en generación y que luego desarrollamos como un sistema de
creencias.
Cuando somos niños y no cumplimos las expectativas de los mayores somos castigados con
acciones y actitudes que lejos de centrarnos en el amor que nos tienen más bien son
expresiones de desamor.
La acción que define al amor va a venir acompañada de los resultados "de lo correcto", de lo
que se cree correcto. Así nos sentimos pertenecientes o no a nuestras familias, escuelas,
amigos, etc.
Este sistema de creencias nos arroja las formas de dirigirnos en la vida, nos dice las "formas
correctas" de ser, de estar, de hacer, de vivir. Es un mapa de donde tomamos los que nos dice
es la realidad...
Además, como todo sistema es una red que pareciera poseer un alma mayor que conecta a todos
sus participantes, a través de esta alma están vinculados entre sí por las experiencias y
destinos de cada familia, comunidad, pueblo, los cuales en el tiempo se han transformado en
las formas "normales" del hacer.
Esta "normalidad" viene dada por los hábitos y, como tales, no presentan novedad.
Así se va viviendo desde esa creencia que viene desde el alma y que es ciega, porque de este
modo le garantiza la pertenencia a su sistema al no quebrantar las reglas. Esto es la
parálisis, la no toma de decisiones, el status quo.
Para poder pertenecer al sistema, cuando se viven estas creencias, la persona de algún modo va
rechazando sus propias necesidades, deseos y preferencias poniendo como punto nodal en la
convivencia diaria aquello que "debe ser"...
A la culpa se le suma una compañera fatal que es "la vergüenza" y que nace cuando nuestros
actos dañan o pueden dañar a otro, ante esto hasta la propia imagen se siente mermada por el
incumplimiento del "deber ser" y entonces entra la culpa que se encarga de juzgar eso que se
hace, eso que se piensa, eso que se siente y que daña o puede dañar a otro.
La culpa llega, por ejemplo, cuando se puede disfrutar alguna cosa que el otro no va a poder
tener acceso. Una persona que disfruta una relación extra marital y al llegar a la casa al
encontrarse con su pareja aparece la culpa tomada de la mano de la vergüenza.
Por lo general, en el caso de una relación de pareja, cuando aparece un tercero es porque hay
el espacio, el lugar, por la razón que sea, para que eso suceda.
Ya existían problemas importantes no resueltos y resentimientos en la pareja por las
exigencias y necesidades no satisfechas. La culpa es la molestia puesta en el otro, es el
resentimiento proyectado.
Hay quienes voltean la violencia contra sí mismos a través de asumir la responsabilidad del
otro. Por ejemplo, en la violencia de género, una mujer que ha sido golpeada dice: "Es que
soy responsable de que él me haya golpeado"; "Es mi culpa"...
El no poder complacer es otra causa de culpa. Por ejemplo: no poder tener hijos. No solo
causa culpa por no complacer a la pareja, sino que la sociedad se encarga de reprochar a esa
persona por su no cumplimiento con las expectativas sociales o familiares.
Si es de los que por lo general siente culpa, usted puede hacer este ejercicio: cierre sus
ojos y ponga delante a una persona con la cual se sienta culpable. Pruebe decirle lo que
resiente de ella. Respire. Haga una pequeña pausa y luego exprese en calma sus demandas, sus
exigencias y verá cómo desaparece la culpa.
La pertenencia y lealtad a la familia tiene mucha fuerza y es muy importante que cada persona
trabaje su propia culpa. Siendo así, la persona que siente que hizo daño puede retomar su
dignidad.
Yo prefiero hablar de responsabilidad y no de culpa. Cuando la persona logra asumir su culpa,
su responsabilidad tiene fuerza porque puede responder a sus actos.
Es conveniente entender que la palabra "culpa" es diferente a la palabra "culpabilidad".
Muchas personas se culpabilizan como disculpa para no responsabilizarse de sus acciones y
actitudes.
¿Qué hacer entonces?
Asumir que tenemos la capacidad de hacer daño, que hemos hecho daño y asumir la
responsabilidad. Eso ya es una cura en sí mismo.
La culpa nos deja paralizados.
Por tanto es conveniente darse cuenta de esto ya que la culpabilidad es como una especie de
enfermedad del alma que impide que maduremos, y de ese modo permanecemos inmaduros e inmóviles.
La vida cambia y con ellas las formas y necesidades de los sistemas. La culpa es la guardiana
de nuestros mapas. Nos hace saber cuando nos salimos de la raya, de las fronteras o si
incumplimos alguna norma del sistema al que pertenecemos: ser una buena madre, un buen padre,
un buen amigo o amiga, una buena pareja, un buen profesional, etc... No darnos cuenta de esto
es lo que mantiene la parálisis.
Sentirse culpable no resuelve las situaciones, culpabilizarse es menos efectivo aún.
Cada vez que se sienta culpable, lo mejor es aceptar el sentimiento, observar la trasgresión
y ver cómo podemos responder, es decir, ser responsables.
Si es un mapa o norma con el que estamos de acuerdo o no, podemos ser lo suficientemente
flexibles como para cambiarlo en un momento dado si nos parece útil para nuestra convivencia.
No juzgarse de inmediato ante un suceso, ya que la conciencia de daño no es inmediata ni
preventiva. De haberlo tenido claro, no lo hubiéramos hecho.
El maltrato nos aleja de nosotros mismos por tanto es importante acompañarnos en ese proceso
de haber errado.
Dejar de torturarnos e invertir esa energía en ordenar el aprendizaje que nos queda tras esa
experiencia. A veces la culpa, el estar en proceso de crecimiento, es la excusa para no
crecer...
Irene Specht