ME LLAMAN LA VÍCTIMA: ¿CÓMO HAGO PARA DEJAR DE SUFRIR?
El concepto de la palabra víctima se ha ampliado en el tiempo. Se aplica a
personas y animales que sufren agresiones, torturas, accidentes, incluso enfermedades. Al
principio, una "víctima" era un ser humano o animal que se elegía para morir en sacrificios
ofrecidos a los dioses y el "victimario" era el encargado de ejecutar tales acciones.
La víctima debe entonces cargar con los pecados de todos o ser sacrificada. Tiene muchas caras
que mostrar. Puede vivir en un miedo paralizante y en total inseguridad. Se siente menos, se
culpa y es malo. Tiene la creencia de merecer todo maltrato y lo asume desde un estado
denigrante de resignación y estoicismo.
La verdadera víctima es aquella cuya indefensión es una condición real. La persona realmente
no puede defenderse, sus recursos internos y externos no son suficientes. Diferente de quien
ha elegido, de algún modo, con conciencia o no, seguir la ruta de una víctima como estilo de
vida, así se hace dependiente, se alimenta del drama y los otros son siempre malos, porque
este tipo de víctima pareciera faltarle el valor para defenderse del mundo y el verdugo
reconoce esta energía y la castiga por su cobardía, aunque cuando el verdugo agrede a su
víctima, esté solo buscando que ésta se defienda y exprese el respeto por sí misma. Y mientras
menos se defienda, más provoca al verdugo.
Para que una persona sea víctima es necesario que exista un victimario. Sus verdugos le hacen
la vida imposible. Ambos se identifican con gran facilidad: jefes, parejas, amigos... hasta en
la calle, se consigue uno a estos personajes. Así, la víctima huye, corre o pide perdón. Se
humilla y suplica por su vida una y otra vez. Esto va directo a un deterioro de la autoestima
por la aceptación de su condición o rol. La víctima carga con mucha rabia que no expresa sino
a través de su victimización.
Muchas veces las víctimas son "buenas personas": es decir, son permisivas, justificadoras,
salvadoras, comprensivas, etc. Y todo esto impide que pongan límites. Creen que los límites
son malos. Mientras que la "persona mala" tiene los límites bien claros. Tanto, que cada quien
sabe hasta dónde puede llegar. Así, el verdugo se convierte en el único que puede enseñar a la
víctima a defenderse y se crea una simbiosis, y en relaciones de maltrato – reconciliación.
Víctima y verdugo son dos caras de una misma moneda, hacen equipo y en el fondo son una pareja
inseparable: los dos son víctimas y verdugos de sí mismos, porque ambos se castigan
perdiéndose el respeto y la dignidad. Hacen "relaciones espejos" y se atraen por su propia
energía para resolver problemas que no pueden resolver sino el uno con el otro. Es decir, el
verdugo se niega a verse como una víctima ya que esto le molesta. Y cuando la reconoce en otra
persona, la agrede y la víctima no asume que puede ser el verdugo de otras personas ya que
desde su papel logra muchas cosas que de otro modo no podría.
Existe una tríada de roles que refiere la dinámica tramposa de las relaciones en que la
víctima y el verdugo se instalan, que es la víctima – salvador – perseguidor.
La víctima hace lo que sea por sentir que se sacrifica por el bienestar de otro. Su expresión
interna es: “pobre de mí”. Lo de él o ella es sufrir, sacrificarse, correr riesgos, exponerse
a ser maltratadas, desvalorizadas, etc. Y además se culpa si no adopta esta postura.
El perseguidor o victimario mantiene sometido al otro de algún modo. Siempre lo tiene
amenazado, golpeado, o haciendo daño tanto físico como emocional. Culpan a sus víctimas de
sus actos y son personas dominantes con una personalidad atractiva. A veces hasta parecen
agradables y amables. Son victimarios porque siempre hay una víctima dispuesta a no colocar
los límites adecuados, porque no aprendió o no tiene el valor de hacerlo, o simplemente
obtiene ganancias al respecto. La víctima les sede el poder para hacerlo.
El salvador completa esta tríada dramática de la relación. Tampoco pone límites y es permisivo
porque también es una "buena persona": es un intermediario, un justificador y un justiciero.
Tratará de cambiar la forma de ser del victimario y lo convencerá de un mejor trato, y por
esto dejará de lado conductas que consideramos malévolas y reprochables.
Si dentro de una relación familiar el rol del salvador crea confusión y conflicto, cuánto más
en una relación de pareja, ya que nace de una dependencia enorme.
Esto puede que haga que la persona piense que el otro va a dejar de ser, por ejemplo, un
bebedor, y va a elegir a su pareja por encima de todo, o que va a cambiar su forma de
maltratar, y así pasar la vida entera esperando este cambio. Porque para haber un salvador,
debe haber un salvado y así sigue la dinámica de la víctima.
Puede ser una tentación quedarse atascado en la postura existencial de la víctima, sobre todo
después de un evento trágico importante. Es doloroso que las personas no nos demos cuenta que
muchísimas veces optamos por seguir sufriendo antes de encontrar la solución a nuestros
problemas.
Muchas veces se habla de "responsabilidad personal" y se empuja a una persona que no sabe
cómo mirar la luz, aunque en ello existan ganancias neuróticas al respecto, a que se mantenga
en el rol del sufrimiento, en un juego donde cada polo se mantiene en un estatus quo y que
invita a la persona a habitar desde ese lugar de la existencia.
Nada tiene de sano ni de valioso mantenerse en el rol de la víctima, indefensa ante el "poder"
que se ha otorgado a otro igual. Entender que si se encuentra en esa situación debe hacer
algo rápido para salir de ella y pueda hacerse cargo de su propia vida, porque sólo desde ese
espacio de propiedad, tendrá para dar a los que ama un amor real, un amor con límites, un
amor responsable.
Irene Specht