Dra. en Psicoterapia

Presidenta y Fundadora de Ágape - Programas de Formación para el Desarrollo del Potencial Humano

Dra. h.c. Ciencias Holisticas. Master h.c. Drug & Alcohol Couseling. Dir. Ágape. Caracas. Terapeuta e formadora de Constelaciones Familiares, de Gestalt. Musicoterapéuta. Especialista en Pareja y Familia. Thetahealer. Certificación Internacional en Consejería Terapéutica en Drogodependencia.

TEMO QUE MI HIJO CAIGA EN DROGAS: ¿QUÉ HAGO?

Quiero iniciar este tema tan importante diciendo a los padres que cuando un hijo cae en drogas es la concreción de un problema mucho mayor. Es por lo general una enfermedad familiar que pide a gritos ser resuelta. Este hijo está presentando los síntomas de la disfunción de su familia.

El consumo de sustancias es un síntoma, sólo la punta del iceberg. Comienza con la curiosidad: el probar, hasta que toma forma y se convierte en adicción. Se origina desde un acto normal en el desarrollo de la niñez hasta llegar a consolidarse como un trastorno, una enfermedad.

Un bebé viene al mundo con sus necesidades naturales para vivir, y para satisfacerlas, desarrolla una gran cantidad de recursos que van desde las sonrisas de sus primeros días a los gestos y manipulaciones para llamar la atención. Desde ahí va aprendiendo, de acuerdo a la reacciones de los mayores, el valor de una sonrisa y de una lágrima. Pataletas, simpatías, indiferencias... va pasando de los gestos y sonidos hasta la codificación del lenguaje. Y sus cuidadores pueden ser muy propensos a caer en sus redes. Así pasan por ayudarles y/o hacerles las tareas, defenderlos de los otros niños malos, las maestras, uno de los padres, etc. El pobre niño indefenso y sempiternamente justificado.

Quien se justifica no aprovecha sus errores para crecer y poder hacer algo con eso. Así comienzan, como es natural, la madre, el padre o un cuidador a satisfacer esas necesidades iniciales que requieren ser suplidas mientras el bebé se va desarrollando hacia su independencia y es allí donde está la frontera, el límite, o la dependencia hacia quien suple sus necesidades.

Y el otro, porque ha comenzado a vivir a través de la vida de su hijo/a por medio de las atenciones desmedidas, se convierte en un esclavo/va creando una dependencia emocional, que cuando comienza la aparición de sustancias se crea la famosa llamada codependencia.

Cuando aparece una adicción nos estamos refiriendo a una persona que ha perdido la capacidad de relacionarse consigo mismo, con sus necesidades, es decir, no contacta con sus sentimientos, estados ni sensaciones, no las conoce, siempre habrá alguien que sepa más y lo resuelva.

Esa persona que al ser sobre atendida ha desarrollado un egocentrismo que le hace ingobernable porque se hace, se dice, se vive de la manera que le parece al rey y al mismo tiempo por no haber desarrollado sus capacidades de contacto interno no puede expresarse lo que le convierte en un a-dicto, no hay expresión de lo real y esto promueve la evitación activa de cualquier sensación ya que no sabe manejarse. Esto hace que se conviertan en personas mentirosas, ingobernables y manipuladoras.

Por lo general esta persona ha sido muy abandonada y ha padecido mucho dolor, por tanto necesita anestesiarse con distintas sustancias.

Un ejemplo es la sobreprotección: el darle todo lo que pide para que no arme la gran pataleta es una de las formas más dolorosas de abandono porque no es sólo la soledad que trae consigo la desatención sino el sentirse que salen de él...

Los hijos(as) que viven privaciones afectivas durante su infancia por lo general terminan enfrentándose a una serie de limitaciones para poder confiar en sí mismos y como resultado de esto poder confiar en los demás.

Estas personas no pueden ser confiables porque en sus familias de origen ellos no cosecharon a través de la cotidiana relación familiar una atmósfera de confianza, amor y refugio. Por tanto el contacto, las caricias y la confianza son transformadas en una carencia profundamente dolorosa, son personas resentidas y estas conductas se desarrollan en los primeros años de vida, y que luego para sentirse identificado de alguna manera con sus pares se relaciona desde el apego, pero nunca desde un amor genuino donde el respeto a las diferencias, a disentir no pueden estar presentes porque la confianza brilla por su ausencia.

No es amor, es apego. Y desde ese espacio comienzan a relacionarse con personas tóxicas que hablan el mismo idioma, que evitan experiencias afectivas reales y ese es el ambiente en el cual se puede identificar plenamente.

Si bien es cierto que al apego se le considera fundamental y de vital importancia en los primeros contactos afectivos del niño(a), repito, el apego no es amor, es dependencia, donde se crea un lazo exclusivo con una persona enferma de adicción que considera que lo cuida directamente y esto va conformando un sentido de identidad.

Como pueden notar, la preocupación tiene que ver con el cómo puede la persona hacerse, como dice Jorge Bucay, auto-dependiente y crear lazos honestos en las relaciones consigo mismo y los demás. Tener conciencia de familia y de enfermedad en caso de que ésta esté presente en su sistema y un arduo trabajo de crecimiento personal .

Todos los seres humanos necesitamos sentir que somos amados y aceptados por los nuestros, sabernos pertenecientes a una familia, y otras personas como amigos, pareja, etc., pero cuando la necesidad es exagerada, cuando lo único que se quiere es ser el centro de atención, estamos hablando de una adicción.

Sabemos que un excluido, un herido, un dolor no asumido, ese que se vive como sí todo está bien, tiene muchísima fuerza en nosotros, en nuestros hijos, porque... ¿qué no haríamos por cada uno de nuestros padres? Vamos a intentar en forma ilusa pasar el dolor, el sufrimiento, sus pérdidas: hacerlo por ellos. Esto también actúa como un detonante a la hora de considerar atenuar o distraer esas experiencias.

Les comparto que un día aprendí que los hijos se alimentan del amor que se tienen los padres, que cuando estos se han separado física o emocionalmente estos hijos se alimentan del cariño y el respeto que estos se tengan. Cuando no es así, a los hijos no les queda más que comer de lo que hay...

Entonces cuando papá no está presente (por cualquier razón, que va desde la ausencia física total hasta la ausencia del que está de cuerpo presente pero que tal vez no está ni para sí mismo), entonces esa falta el hijo la percibe y trata de suplirla buscando la pertenencia que no encuentra en su casa y allí comienza la curiosidad. Entonces, la madre que por lo general es quien acompaña al niño en sus primeros años de vida, es quien se apersona dándole el lugar de ese esposo ausente al hijo y éste lo resiente y lo resiste, y lo peor, la culpa inconscientemente por la ausencia del padre, castigándola una y otra vez por su codependencia.

Muchas veces la curiosidad es el inicio.

Una adicción, como lo mencioné en el artículo de la semana pasada, es una conducta que perdió contención y la condición define los límites de la vida de ese ser.

Podría contarles una y miles de razones, hablarles de los muchos tratamientos que se utilizan, y la verdad es que al amor honesto, la claridad, la revisión de nuestros propios procesos de cambio en nuestras vidas, las caricias, el apoyo sin descalificaciones y decirle la verdad por más dura que sea a nuestros hijos, mirándolos a los ojos, son la mejor vacuna contra las adicciones y contra la neurosis.

Irene Specht