NO SÉ QUÉ HACER CON MI PAPÁ AUTORITARIO Y CONTROLADOR
Como nos canta Rubén Blades en su canción “Amor y Control”: “¿Cuánto control
y cuánto amor hay que tener en una casa… para evitar la desgracia?”… Cierta cuota de control
es necesaria para la educación de una persona.
De acuerdo al desarrollo y la edad debemos permitir ciertas cosas. Un niño de dos años
necesita una disciplina muy diferente a uno de quince.
Pensar en una educación y crecimiento desde la absoluta permisividad es referirse a personas
que crecerán sin normas, sin límites y sin contención. Las personas que crecen de este modo
difícilmente van a poder construir relaciones estables, claras y de calidad, ya que para
ellos todo será lícito. Son personas ingobernables que luego tendrán problemas para
relacionarse en el trabajo, con sus amigos y parejas, porque el compromiso va ir teñido de
esa permisividad.
De modo que es necesario un equilibrio entre frustración y apoyo: dejar que los hijos puedan
aprender a manejar sus frustraciones para aprender a utilizar y crear recursos propios.
Desde este punto de vista, el apoyo se refiere a que las decisiones las toma el hijo y el
apoyo es “yo estoy aquí”, por ejemplo, mientras aprende a caminar.
No podemos caminar por ellos. A vivir se aprende viviendo. Y a caminar caminando.
La otra cara de la moneda se expresa en aquellos padres que ejercen la autoridad y el control
de sus hijos a través de castigos, privaciones y normas rígidas con el fin de conseguir que
estos hagan las cosas por la fuerza.
Este comportamiento provoca en los hijos un desarrollo emocional incompleto y con
resentimiento, dejando como resultado una baja autoestima. Son personas que tendrán
dificultades a la hora de satisfacer sus necesidades, y éstas a su vez estarán distorsionadas
por las imposiciones, las obligaciones, el miedo y el control.
Muchas personas confunden “control” con “represión”. Control significa contener. Mientras
que en la represión intentamos dominar una situación a través del uso de la fuerza, con la
intención de controlar.
En esta última se da la ecuación de “a mayor represión, mayor rebelión”.
Por otro lado, se confunde la “autoridad”, que es la moral, la congruencia que tiene alguien
por la que haríamos cualquier cosa, por el “poder”, que se ejerce por la fuerza o por el
estatus.
A través del miedo no se logra lo mismo que a través del respeto.
Hay que tomar en cuenta que este tipo de padres traen una historia de frustraciones y una
fuerte raíz de amargura y rechazo proyectada en sus hijos y por lo general en otras áreas de
su vida.
Muchos padres tienen miedo de ser abandonados por sus hijos y entonces intentan amarrarlos a
ellos tratando de detener toda tentativa de independencia a través de la culpa: bien sea con
frases dulces como “todo esto es para cuidarte” hasta las amenazas directas y las manipulaciones.
Es fácil caer en la manipulación. Los niños manipulan a sus padres tanto como ellos manipulan
a sus hijos. Así lo hacemos también a veces los esposos, los amigos, los empleados, los
familiares…
El problema se presenta cuando estas manipulaciones se convierten en un instrumento deliberado
de control, porque pueden ser muy destructivas, en especial en las relaciones padre-hijo.
No puedo dejar por fuera un aspecto muy importante: el Trastorno Obsesivo Compulsivo de la
Personalidad, un concepto que describe a las personas que suelen estar excesivamente
preocupadas por superficialidades y que tienen la manía de querer controlarlo todo.
Su gran preocupación son las reglas, el orden y la organización, y olvidan frecuentemente lo
más importante, lo prioritario.
Su perfeccionismo excesivo los convierte en personas intolerables, en seres dedicados
exclusivamente a buscarle las fallas a todo. Puede que no concluyan sus tareas ni permitan
que el otro lo haga.
Parecieran muy trabajadores. El tiempo no les alcanza ni para tener una vida social. Y de
tenerla se la dedican -en medio de una gran rigidez- a buscar los defectos en todos los
aspectos de las personas y lugares, comidas, fiestas, etc. Para ellos, las creencias de orden
moral tienen más importancia porque viven la vida en sus formas más no en su fondo. Pueden
ser pichirres (tacaños). Les cuesta aceptar ayuda y son poco proclives a reconocer este
problema. Ponen miles de condiciones y exigencias de manera de poder controlar hasta a su
terapeuta si éste fuera el caso.
Van a reaccionar siempre de la misma forma porque la rigidez no les permite cambiar su punto
de vista.
Cuando los hijos nacen, los padres desean lo mejor para ellos. Y, como no nacen aprendidos,
necesitamos estar conscientes de que como nos educaron y de la manera como lo hagamos con
nuestros hijos, ésta será su carta abierta de presentación y de construcción de su futuro.
Tener claro que nuestra forma de educar a los hijos es una cadena llena de la influencia de
cómo nuestros abuelos educaron a nuestros padres, y ellos a nosotros y nosotros a nuestros
hijos. Hoy día nosotros tenemos la oportunidad de ser padres actuales, contamos con la
información necesaria disponible, más la que cada día se descubre o creamos con el fin de
hacerlo lo mejor posible.
Detectar a tiempo nuestros errores, nuestra ignorancia al respecto de muchos temas, porque no
tenemos que saberlo todo, nos permite mejorar nuestra vida familiar.
Proteger a nuestros hijos, procurando satisfacer sus necesidades físicas y emocionales es
normal y esperado, pero no hay que condicionar su amor. Por ejemplo: “si no haces lo que te
digo, no te amo más”. Este tipo de control es mortal porque la persona crece y vivirá
pagando altos precios para no perder el amor.
Necesitamos ver el tipo de padres permisivos, que procuran que sus hijos tengan todos los
deseos satisfechos y que ellos no pudieron o no tuvieron. Tratan a sus hijos como iguales,
sin diferenciar la autoridad, confundiendo “ser amigos” de sus hijos con el amigo “cómplice
de sus hijos”. Esto deja a los hijos huérfanos, porque los padres no son amigos, son padres,
y a la hora de querer ejercer su autoridad como los padres que son, por lo general, la
situación se les va de las manos.
En un hogar es conveniente que exista la autoridad en los padres para que los niños sepan
hasta dónde pueden llegar y cómo actuar en la vida. Esto dista de ser padres autoritarios y
controladores que imponen sus criterios por medio del poder sin afecto. Tolerancia y amor
son necesarios para el desarrollo cabal de la persona… porque aunque a veces muchos lo
olvidan: ¡Los hijos son personas, individuos en su propia ley, y muy distintos a nosotros!
Los padres controladores siempre están criticando sin reconocer las actitudes positivas de
los hijos. Al ser estrictos dejan al niño sin opciones, basado en la obediencia sin
cuestionamientos ni explicaciones de ningún tipo a quien dicta las leyes. Los castigos
físicos y emocionales son su forma de control.
Estos padres fueron criados de este mismo modo o por el contrario sin ninguna restricción
convirtiéndose en tiranos. Sus hijos deben comportarse como una extensión de ellos mismos y
consideran que éstos no “saben nada” de la vida, así que guiarlos con orden será lo correcto.
Doy las gracias a mis padres desde la más grande dignidad y honra por sus enseñanzas, amor y
confianza.
Podemos mirar en nuestra sociedad. Nos enseñan a vivir para lo que se supone “es correcto”
sin que importe lo que la persona quiere y mucho menos lo que en realidad necesita. Nos hemos
vuelto superficiales, no miramos el dolor y el sufrimiento, evitamos todo lo que no sea
divertido, agradable. Esto nos puede llevar a convertirnos en unos grandes controladores para
escapar de la frustración sin tomar en cuenta que ésta, en su justa medida, nos lleva a la
movilización de nuestros recursos para la satisfacción de necesidades y resolución de
conflictos, lo que es igual a madurar y crecer.
Madurar es descubrir, crecer es descubrir, educar es amar y aprender haciendo lo mejor. Eso
es honrar a nuestros padres, y a través de ellos, honramos también la vida…
Irene Specht